Algunas definiciones
Para
comenzar, debemos establecer algunas definiciones, que serán las que
utilizaremos a lo largo del texto. Empezaremos por definir el
comportamiento, como las acciones personales que conforman una
forma de relación con el mundo. Luego, definiremos lo racional
como aquello que es intencional, consciente, elegido, no dependiente
de otros condicionamientos. Por último, diremos que lo irracional
es lo no racional, lo mecánico. A su vez, es necesario aclarar que
cuando hablamos de algo consciente, no pretendemos adoptar un
modelo que incluye un subconsciente y un inconsciente. Creemos que
todo ocurre dentro de la conciencia, y lo que está afuera, lo que
sería inconsciente, es por definición desconocido para la
conciencia y por tanto para nosotros. De tal modo, al decir que algo
es consciente, queremos destacar que nos damos cuenta de ello,
hablamos de un mecanismo de reversibilidad.
Habitualmente,
por acción racional se entiende aquella que parte de la cabeza, de
la inteligencia. En esta ponencia adoptaremos otro punto de vista, ya
que hay acciones que, bajo una apariencia de racionalidad, no tienen
un origen voluntario, elegido; es decir, esa “racionalidad” está
condicionada por factores totalmente irracionales, involuntarios. A
la inversa, podremos encontrar ocasiones en que una acción
aparentemente irracional está impulsada por una elección
consciente. Evidentemente, consideramos que no todas las acciones son
elegidas consciente y libremente.
Lo racional y lo irracional
Creamos un
eje y situamos lo racional en un extremo y lo irracional en el
opuesto. La acción la situamos en medio, tendiendo hacia un extremo
u otro.
En
realidad, hay un solo tipo de acción, y los extremos de lo racional
y lo irracional forman parte de un mismo eje. No existe lo racional y
lo irracional como estados separados; ni siquiera podemos
considerarlos estados con un área común. No existen tales estados.
Los extremos del eje de la acción jamás se alcanzan porque son
ideales, y por tanto no podemos caracterizar una acción como
“puramente” racional o irracional; todo acto tendrá componentes
racionales e irracionales. Entonces, cuando hablemos de acción
irracional, sabremos que estamos diciendo “acción con un alto
componente de irracionalidad”.
Vamos a
equiparar lo racional con lo intencional, lo elegido, es decir,
aquello que hemos decidido intencionalmente, que no se nos ha
impuesto desde fuera ni desde dentro. Es un acto elegido libremente.
Además, lo racional es consciente, o sea que tenemos consciencia de
ello, sabemos qué nos está ocurriendo en ese momento.
Una acción
o conducta puede ser consciente pero no por ello voluntaria ni
elegida. Puedo darme cuenta de algo que estoy haciendo, pero esta
acción puede ser algo que me sucede; por ejemplo, una reacción
intempestiva ante un estímulo. Una acción racional debe ser
intencional (no en el sentido fenomenológico), debemos “querer
hacerla”; si me obligan a hacer algo, puedo aceptar hacerlo pero no
por ello es voluntario, ya que estoy obligado a ello. Una acción
racional debe ser elegida libremente, y esto implica que sea
voluntaria y, además, que tampoco esté condicionada por factores
internos. Tal vez no haya nadie que me esté obligando; no obstante,
hay condicionamientos internos que me impulsan a ello; en este caso,
desde el punto de vista adoptado, no es una acción libremente
elegida.
Todas las
acciones suelen estar condicionadas por elecciones anteriores; en
este caso, el carácter de racionalidad o irracionalidad de dichas
acciones estará dado por la elección previa. Así, puedo realizar
algo de modo automático, pero tendiente a un fin que ha sido elegido
previamente, de modo racional; por tanto, podemos considerar dicha
acción como racional. Inversamente, puedo hacer algo de modo
pensado, pero el fin al cual tiende no ha sido elegido
conscientemente; por tanto, podemos decir que esta acción, pese a su
aspecto, es irracional.
Una posible
redefinición del comportamiento irracional sería: “Acciones
que conforman una relación con el mundo, que no son totalmente
elegidas sino que están condicionadas por determinados factores
ajenos a la libre elección de uno.”
Factores que condicionan la conducta
Como ya
dijimos, la conducta puede estar condicionada por diversos factores,
que los podemos dividir en internos (pertenecen al sujeto, están
dentro nuestro) y externos (pertenecen al mundo, se producen fuera de
nosotros). En esta exposición, nos interesa estudiar los internos,
que están determinados por una cierta predisposición “genética”
o “innata”, por la propia biografía y por el paisaje de
formación[1].
En cambio, los externos dependen de las demás personas, de la
historia y del paisaje social.
La
liberación de los factores externos depende en buena medida del
avance que se vaya produciendo en la sociedad en esa dirección. En
cuanto a los factores condicionantes internos, estos serán menores
en la medida en que crezca el conocimiento de uno mismo. No nos
interesa tanto estudiar cómo ni por qué se producen, sino cómo
actúan sobre nosotros y qué podemos hacer ante ellos.
El primer
factor interno es lo innato, que biológicamente quizás se pueda
definir como “lo genético”. Sea como fuere, lo innato es aquello
con lo cual venimos al mundo, aquello que no se adquiere con el
correr del tiempo. En este contexto, podemos clasificar a los
individuos en cuatro “tipos humanos”[2] que determinan ciertas tendencias en la conducta:
- tipo vegetativo: se tiende a dedicar más energía a la actividad corporal interna;
- tipo motriz: se tiende a dedicar más energía a la actividad corporal externa;
- tipo emotivo: se tiene tendencia a dedicar más energía a la emoción;
- tipo intelectual: se tiende a dedicar más energía a la actividad del intelecto.
Lo innato
no predispone hacia una mayor o menor irracionalidad; son cuestiones
distintas. No se puede suponer que un intelectual tiene más
facilidad para comportarse racionalmente, de acuerdo con la
definición que hemos usado para el comportamiento racional.
El segundo
factor interno es la biografía. Se trata de la historia personal,
los acontecimientos que nos van ocurriendo desde el nacimiento. En
este caso, los primeros años de la infancia son decisivos en la
conformación del comportamiento, porque es allí donde se elaboran
las estrategias conductuales que, con mayor o menor éxito, se
seguirán aplicando el resto de la vida.
La
biografía es un aspecto muy estudiado por las distintas escuelas
psicológicas, y hay poco que agregar. Quizás, aclarar que en el
campo de lo biográfico incluimos todo aquello que nos ha ocurrido en
nuestra vida, más aquellos acontecimientos que acontecieron en
nuestro medio inmediato: familia, amistades, etc.
El tercer
factor es el paisaje de formación. Este paisaje configura en buena
medida nuestra forma de ver el mundo, principalmente la valoración
que hacemos de las cosas. Podríamos definirlo como el “ambiente
cultural”, el ámbito epocal y geográfico en el cual nos hemos
formado, un ambiente constituido por objetos tangibles (vehículos,
edificios, ropajes, objetos en general) e intangibles (valores,
ideales personales y grupales, motivaciones sociales, etc.). Es fácil
comprender cómo una persona, con el mismo tipo humano y la misma
biografía, se comportaría de modo completamente distinto, según se
haya formado en el paisaje humano del Egipto antiguo, de la Grecia
clásica, de la Edad Media, de la Ilustración o de finales del siglo
XX.
Funcionamiento del psiquismo
En este
breve análisis, intentaremos destacar los elementos del psiquismo,
vistos de un modo estático, y las relaciones entre dichos elementos,
dando dinámica al circuito. De ningún modo este esquema elemental
pretende sustituir un estudio más profundo, que sería necesario si
uno quisiera ahondar en estos temas.
El
psiquismo se alimenta de estímulos y recuerdos. Los
estímulos son sensaciones que llegan a mi conciencia a través de
los sentidos externos (vista, oído, tacto, olfato y gusto) e
internos (cenestesia y kinestesia). Los recuerdos son, estrictamente,
datos alojados en la memoria, que son proporcionados a la conciencia
constantemente, en función de los estímulos que van llegando, y que
también pueden ser recuperados mediante el mecanismo de evocación,
que permite a la conciencia ir a buscar aquellos recuerdos que desea.
Genéricamente, podemos decir que tanto los estímulos como los
recuerdos son impulsos[3] o señales que llegan a la conciencia desde los sentidos o la
memoria, y que son traducidos en imágenes mediante las vías
abstractivas o asociativas.
Las
sensaciones que llegan al psiquismo son estructuradas en
percepciones. Así, la conciencia no trabaja directamente con
las sensaciones sino con estructuras de estas, que llamamos
percepciones. Describiendo, podemos destacar que un sentido capta un
objeto más todos los otros objetos copresentes; a su vez, todos los
sentidos actúan simultáneamente, incluidos los sentidos internos;
esto hace que una percepción se componga no sólo de lo que capta un
sentido sino lo que están captando todos los sentidos en ese mismo
momento. En la memoria, se graban estas percepciones, no las
sensaciones aisladas. Además,toda percepción es completada por
datos de memoria; es decir que, en el momento de captar alguna señal
por la vía de uno o más sentidos, esta señal es complementada con
datos de memoria. Este conjunto de sensaciones de todos los sentidos
más los datos de memoria adjuntos es lo que podemos definir como una
percepción. En esta percepción vamos a encontrar los elementos que
estaban en primer plano, aquellos a los cuáles prestábamos
atención, más todo un conjunto de elementos adicionales,
copresentes, incluyendo los datos de memoria.
Frente a
estos estímulos, el psiquismo reacciona dando respuestas. Estas
respuestas se pueden clasificar en cuatro tipos: vegetativas (actúan
sobre el propio cuerpo), motrices (movilizan al cuerpo), emotivas
(movilizan respuestas emotivas) e intelectuales (movilizan respuestas
intelectuales). Así, podemos hablar de cuatro centros de
respuesta. Estos centros, al igual que los sentidos, están en
permanente actividad, aunque su intensidad pueda variar, predominando
uno sobre los demás. Además, actúan concomitantemente, porque son
simultáneos e interactúan y se influyen entre ellos. Una gran
actividad motriz hará bajar la energía disponible para la emoción
y el intelecto, y lo mismo ocurre con cualquier otra combinación de
centros. Cuando estamos enfermos, por ejemplo, nuestro centro
vegetativo absorbe casi toda la energía disponible, y por ello
debemos guardar cama, se nos dificultan las actividades intelectuales
y nuestro estado emotivo es más bien neutro.
En este
esquema del funcionamiento del psiquismo, la conciencia actúa como
coordinador de sus actividades; recibe estímulos y recuerdos
(en definitiva, impulsos), que traduce en imágenes que transportan
cargas a los centros de respuesta. Haciendo un primer resumen: nos
llegan estímulos (externos e internos) y datos de memoria. Tanto
unos como otros viajan como impulso hacia la conciencia, donde son
traducidos por ésta en imágenes. Estas imágenes, a su vez, viajan
hasta los centros de respuesta transportando carga, que permite
efectivamente dar una respuesta, que puede ser vegetativa, motriz,
emotiva o intelectual, o cualquier combinación de estas.
La
conciencia también trabaja como registrador, como aparato que
registra las actividades de los sentidos, la memoria y los centros.
Cuando decimos “registra” podríamos también decir
“experimenta”; es decir, la conciencia “tiene conciencia” del
funcionamiento del psiquismo. Todo lo que ocurre en el psiquismo es
registrado, es experimentado por la conciencia, y es almacenado en la
memoria.
En todo
este esquema, un elemento primordial son las imágenes. Una
imagen es la representación de un estímulo externo o interno, y
también la representación de un dato de memoria. A su vez, las
imágenes son las que portan la carga hacia los centros de respuesta;
por tanto, son las imágenes quienes movilizan las respuestas, y
éstas no son una respuesta automática a los estímulos.
Es
importante aclarar que una imagen no es sólo visual: existen
imágenes auditivas, olfativas, gustativas, táctiles, cenestésicas
y kinestésicas. En rigor, una imagen suele estar compuesta por todas
estas variantes sensoriales. Cuando imagino un dolor de muelas, no
“me veo” a mí mismo como doliéndome la muela, sino que puedo
llegar a sentir dicho dolor; en este caso, está actuando una imagen
cenestésica, que puede llevar carga al centro vegetativo para
responder ante ese dolor, aunque sólo sea imaginario.
Simultáneamente, puede haber imágenes visuales, auditivas,
olfativas, etc., asociadas a ese dolor de muelas.
Como
representación de un estímulo, podemos comprobar que, si cierro los
ojos, puedo representarme internamente el objeto que estaba viendo
con los ojos abiertos; si me tapo los oídos, puedo representar el
sonido que estaba oyendo y así siguiendo; pero también ocurre que,
aunque mis sentidos estén abiertos y percibiendo, no son estas
sensaciones las que llegan a la conciencia, sino las percepciones que
se traducen imágenes, y estas representaciones ocurren en simultáneo
con la percepción, de modo que la representación interna se
superpone a lo percibido por los sentidos. De modo similar, los
recuerdos, aunque sean “datos de memoria”, se traducen en la
conciencia como imágenes.
Organizando
lo dicho hasta aquí, vemos que los estímulos llegan a la conciencia
como percepción, y que toda percepción va acompañada de datos de
memoria. Sin estos datos, sería imposible que fuéramos capaces de
reconocer nada; siempre estaríamos comenzando nuestra vida,
incapaces de ir acumulando experiencia, que nos permite un mayor
ahorro energético en el mundo. A su vez, estas percepciones, las
imágenes que son su traducción y las respuestas que damos son
grabadas en la memoria, realimentando el circuito.
Pero esta
misma experiencia puede engañarnos, haciéndonos creer que aquello
que estamos percibiendo es similar a aquel dato que tenemos grabado
de hace años, y merced a esta grabación vamos a tender a dar una
respuesta, que tal vez fue adecuada en su momento, ante el estímulo
de ese momento, pero que hoy puede resultar del todo inadecuada, bien
porque el estímulo no es en realidad el mismo, bien porque las
circunstancias han cambiado, y lo que funcionó en un momento uno
puede no funcionar en un momento dos. Aquí encontramos un primer
origen para la conducta irracional, ya que todo este proceso opera
mecánicamente, aunque podríamos llegar a ser conscientes de él.
Las
respuestas dadas surgieron a partir de imágenes y cumplieron con la
función de descargar tensiones. En el tiempo, tendemos a repetir
estas respuestas grabadas previamente. Podría ocurrir, no obstante,
que algunas de estas respuestas (movilizadas por imágenes
inadecuadas) no sirvan en el momento actual para cumplir
correctamente con su función.
En cuanto a
la traducción de las percepciones en imágenes, ésta también se
realiza en base a grabaciones anteriores, donde se ha codificado
determinada imagen asociada a determinada percepción. Así, por
ejemplo, la imagen de un bistec puede estar asociada a la sensación
de hambre, y movilizar consecuentemente la conducta en la dirección
de conseguir un bistec para calmar ese hambre que sentimos. Sin
embargo, algunas imágenes han dejado de cumplir correctamente su
función, porque el tiempo ha pasado y las situaciones ya no son las
mismas. Por ejemplo, de pequeño obtenía buenas notas en el colegio
y recibía como consecuencia el reconocimiento de mis padres; en la
actualidad, para obtener el reconocimiento de los demás, demuestro
que soy muy estudioso e inteligente, ¡pero no consigo nada porque
los que están de moda son los futbolistas, a ser posible guapos y
millonarios!
Estas
imágenes se dan en algún lugar. A ese lugar le llamamos “espacio
de representación"[4].
Podemos definir al espacio de representación como una suerte de
“pantalla mental” tridimensional, en donde se proyectan y
emplazan las imágenes. Las imágenes se deben dar en algún lugar.
Cuando veo una imagen, la veo en algún lado; cuando siento una
imagen, la siento en algún lado. El E.R. parece coincidir
aproximadamente con el propio cuerpo. Una imagen concreta se puede
emplazar en un lugar u otro del E.R., y de este emplazamiento
dependerá en parte la acción que movilice. No produce el mismo
efecto una imagen ubicada en la parte superior de dicho espacio (que
suele ser más luminoso, tal vez por su proximidad con la ubicación
de los ojos en el cuerpo) que una ubicada en la parte inferior (que
suele ser más oscuro). A su vez, las imágenes configuran argumentos
dentro de este espacio, como si cobraran vida propia. Las imágenes
no son como fotos estáticas sino que tienen movilidad e interactúan
entre sí. Por eso podemos decir que hay un argumento
desarrollándose.
Resumiendo
nuevamente el circuito, a la conciencia llegan estímulos como
percepciones. Estas percepciones van acompañadas de datos de
memoria. Esta masa de impulsos o señales es traducida por la
conciencia en imágenes, y estas imágenes movilizan una acción
hacia el mundo.
Esquema del psiquismo
Un estímulo externo llega al psiquismo a través de
uno o más Sentidos externos (vista, oído, tacto, gusto, olfato)
como sensación, o bien una sensación interna llega al psiquismo a
través de un Sentido interno (cenestesia, kinestesia); esta
sensación llega como Percepción a la Conciencia y simultáneamente
se graba en Memoria; a su vez, de Memoria se disparan recuerdos que
también llegan a Conciencia. En Conciencia estas percepciones y
recuerdos se traducen en imágenes que actúan sobre los Centros de
Respuesta; esta respuesta es detectada por los Sentidos y la
Conciencia, que así tiene noción de las operaciones que se
efectúan, grabándose además en Memoria dicha respuesta.
Niveles de conciencia
Distinguimos
distintos niveles de actividad de la conciencia:
- Sueño: al dormir, la fuerza de las imágenes es total; no existe la crítica ni la autocrítica.
- Semisueño: al salir del sueño o entrar en él; estado intermedio entre el sueño y la vigilia.
- Vigilia: modo habitual de estar en el mundo.
Estos tres
niveles de conciencia no son independientes, sino que actúan
simultáneamente todo el tiempo; lo que ocurre es que un nivel
predomina sobre los otros en cada momento.
En vigilia
(nuestro estado habitual cuando estamos despiertos), el sueño y
semisueño siguen actuando, realizando asociaciones libres[5]
con toda señal que va llegando, aunque al ser predominante la
vigilia también operan las abstracciones. En este nivel, los
sentidos externos tienen predominancia sobre los internos.
En el nivel
de sueño ocurre lo contrario, predominando los sentidos internos
sobre los externos y la vía asociativa sobre la abstractiva. Es en
este nivel donde se puede observar mejor las traducciones que realiza
la conciencia en imágenes de aquello que le llega como impulso. Así,
un ardor de estómago puede ser traducido como un incendio que me
devora; un pliegue de la sábana como unas correas que me tienen
atado en una celda; el sonido de un timbre como unas campanadas que
anuncian un entierro o un casamiento, etc. No obstante, no se debe
creer que dichas traducciones ocurren sólo en el mundo onírico.
También ocurren en vigilia, y aquí encontramos otro origen del
comportamiento irracional.
Un elemento
que interviene en nuestro estado mental, siendo más fuerte en los
niveles más bajos de la conciencia, son los ensueños (o
divagaciones). Los caracterizamos como aquellas imágenes o
pensamientos copresentes pero ajenos a la actividad que se está
desarrollando. Estos ensueños se alimentan de la materia prima de la
memoria y surgen como respuesta de la memoria a los estímulos que se
van sucediendo; pueden disparar cadenas asociativas que siguen la
línea del estímulo (por ejemplo,
coche-tren-viaje-vacaciones-trabajo-salario-economía-etc.) o bien,
dado que en la memoria se almacenan estructuras de percepción más
complejas, un estímulo se puede asociar a elementos de otro plano
(coche-tren-ofensa familiar-ira contra el conductor del coche del
estímulo original).
Un factor
clave en la conducta, referido a los niveles de trabajo de la
conciencia, es la atención. En vigilia, la fuerza de los
ensueños es inversamente proporcional al nivel atencional; cuanto
mayor es la atención, menor es la ensoñación, y viceversa. Como ya
dijimos, todos los niveles de conciencia actúan simultáneamente.
Cuanto más alto sea el nivel vigílico (o sea, más atento) menor
será la influencia de los niveles más bajos. En general, cuanto
mayor es el nivel atencional, mayor es el nivel de reversibilidad,
crítica y autocrítica. Inversamente, cuanto menor el nivel
atencional, más asociación libre y menos crítica y autocrítica.
Particularmente, en momentos bajos de energía (por cansancio,
enfermedad o estrés, por ejemplo), la fuerza de los ensueños es tal
que movilizan la conducta hacia el mundo de modo totalmente
irracional. Sin embargo, estos ensueños no surgen sólo en momentos
de cansancio, sino que forman parte de nuestra actividad cotidiana.
Existen
ensueños de mayor fijeza o repetición. Estos ensueños tienen en
común un cierto clima o tono mental. A ese clima o tono mental lo
llamamos núcleo de ensueño[6].
Podemos utilizar la estructura del átomo como analogía: los
electrones giran en torno a un protón; en este caso, el núcleo de
ensueño sería el protón y los ensueños los electrones.
El núcleo
de ensueño no es un objeto ni una imagen, sino un trasfondo que
opera detrás de la conciencia, orientando las imágenes. El núcleo
de ensueño es como la punta de nuestra nariz: va delante nuestro
todo el tiempo, y sin embargo no lo vemos. Cuando se dice que uno
“elije el fin u objetivo vital”, en realidad se está hablando de
un núcleo de ensueño que guía nuestra conducta. Este núcleo de
ensueño no es elegido conscientemente. No obstante, cuanto mayor sea
el nivel atencional menor será la fuerza de ese núcleo. Además,
merced a trabajos de los cuales hablaremos más adelante, se puede
llegar a conocer ese núcleo y modificarlo.
Funcionamiento de la acción
¿Cuál
es el mecanismo por el cual realizamos una acción en el mundo?
Rudimentariamente, podemos decir que tenemos necesidades y deseos que
intentamos satisfacer. Para ello, realizamos acciones en el mundo en
esa dirección. Pero un deseo no se convierte automáticamente en una
acción; si decimos que el deseo (o la necesidad) está dentro
nuestro, en lo más profundo, y las acciones están fuera, vemos que
hay un proceso en medio, por el cual ese deseo interno se convierte
en acción externa. Antes de transformarse en acción, las
necesidades y deseos son procesados por la conciencia; ésta traduce
esos deseos en imágenes[7],
y son estas las que guiarán la conducta hacia el mundo.
Por
tanto, son las imágenes las que movilizan la acción (las
respuestas) hacia el mundo. Estas respuestas se ubican en el eje que
va entre lo racional y lo irracional. Cuanto más racional, se tiene
mayor conciencia, se puede elegir la respuesta o incluso diferirla.
Inversamente, cuanto más irracional, el proceso es más automatizado
y las respuestas más mecánicas.
La
traducción de las señales que llegan a la conciencia en imágenes
es un proceso autónomo, en el cual no podemos intervenir
directamente, pero sí podemos ir siendo más concientes de dicho
proceso. Además, podemos estudiar cómo y por qué traducimos
determinados impulsos (o señales) en determinadas imágenes, y
podemos “recodificar” dicha traducción, disociando esos impulsos
de esas imágenes, y asociándolos con otras; para ello, disponemos
de técnicas transferenciales[8],
que veremos más adelante.
En
cuanto a la posibilidad de diferir la respuesta, vemos que dada una
situación, la imagen anticipatoria actúa sobre la conciencia como
un segundo estímulo. La conciencia, si está atenta, puede elegir y
postergar la respuesta grabada (mecánica) frente al estímulo. Dicho
de modo más simple, cuando tengo un deseo surge una imagen que
traduce ese deseo. Si estoy atento, puedo observar esa imagen, que
también es capturada por la conciencia, y elegir lanzar la respuesta
inmediatamente o bien diferirla. Si no estoy atento, lanzaré la
respuesta automáticamente, sin saber bien por qué lo estoy haciendo
(aunque con posterioridad puedan aparecer las justificaciones al
respecto).
Como
hemos visto, las imágenes movilizan la acción, pero también puede
ocurrir que compensen el deseo. Una vez definida la imagen, puedo
lanzarme al mundo para concretarla. Cuanto más definida sea dicha
imagen, mejor se podrá cumplir. Pero puede ocurrir que una imagen no
movilice al cuerpo sino que se quede bloqueada en la conciencia. No
obstante, el deseo se aquieta por el efecto compensatorio de dicha
imagen; cuanto mayor es la necesidad o el deseo, más grandes son las
imágenes compensatorias. Es claro que la compensación no hará
desaparecer nunca el deseo, sólo lo calmará.
Por
último, a veces sucede que una imagen no adecuada moviliza la
conducta en una dirección equivocada, cuyo resultado será que el
deseo no se satisfaga.
Cuando
se satisface un deseo, se produce una distensión momentánea,
registrada como placer. Pero dado que la conciencia no puede
permanecer inactiva (por el mecanismo de intencionalidad), surge otro
deseo que buscamos satisfacer. De acuerdo con este esquema, es
imposible que lleguemos a satisfacer todos nuestros deseos alguna
vez. Podríamos hacer una lista de deseos cerrada e ir
completándolos, pero para cuando llegáramos al final, ya tendríamos
otra lista igual de larga que la primera. Tal vez por esto se dice
que es rico no quien tiene mucho sino quien necesita (o desea) poco.
La
“persecución” del deseo siempre nos devuelve al mismo punto de
partida, ya que hay expectativas asociadas. Éstas son las que traen
aparejado el sentimiento de frustración, cuando comprobamos que al
cumplir un deseo, la distensión es momentánea, y al poco tiempo ya
tenemos otro deseo que reemplaza al anterior, con la misma
intensidad. El deseo se puede estudiar en uno mismo, comprenderlo y a
partir de ahí operar sobre él. Seguramente quien conoce sus deseos
y no se deja arrastrar impunemente por ellos es capaz de una
actividad más racional en el mundo.
Ahora
bien, ¿por qué tiene uno los deseos que tiene y no otros? La clave
tal vez esté en la búsqueda de la felicidad, o el intento de
superar el dolor y el sufrimiento. Los deseos manifiestan aquello que
creo me hará feliz, o sea me ayudará a superar ese dolor y ese
sufrimiento; por tanto, la raíz está en esas creencias, que vienen
dadas, en buena medida, por la propia biografía y el paisaje de
formación.
Resumiendo,
partimos de determinadas sensaciones que llamamos dolor (cuando son
corporales) y sufrimiento (cuando son mentales). Estas sensaciones
son un acicate que nos impulsa a neutralizarlas. Para aliviar estas
sensaciones, como respuesta, surgen deseos que están conformados en
gran parte por creencias que no son elegidas ni intencionales ni
concientes. Estos deseos son procesados por la conciencia, que los
configura en imágenes. Las imágenes pueden movilizar a la acción
en el mundo o bien, si existe algún bloqueo, actúan compensando ese
dolor o sufrimiento básicos. En última instancia, todo este esquema
tiende a movilizar nuestra conducta, nuestra forma de comportarnos en
el mundo, orientándola hacia aquello que creemos nos hará más
felices.
La estructura yo-mundo
Tal como lo
vivenciamos habitualmente, distinguimos un mundo interno y un mundo
externo. Al mundo interno lo identificamos con uno mismo, con “yo”.
Esta palabra es muy ambigua, ya que, por un lado, define una
estructura de memoria más sensación, a la cual tenemos asociada
nuestra identidad, y por otro lado define “alguna otra cosa” que
no es ni la memoria ni las percepciones. Podemos hablar “del yo”
en cuanto estructura de memoria y sensación, pero esto no será lo
mismo que decir “yo soy”, pues “yo no soy mi memoria ni mis
sensaciones”. Desde un punto de vista más interno, el propio
cuerpo forma parte del mundo externo, y no de “yo”. La conciencia
sería el enlace, el punto de unión entre “yo” y el mundo
(incluido mi cuerpo).
Dijimos que
partimos de los deseos (o las necesidades) sin entrar a valorarlos,
simplemente tomando nota de su existencia. Estos deseos pueden ser
más racionales (concientes, elegidos, voluntarios) o más
irracionales (mecánicos, compulsivos). Estos deseos se manifiestan
como actos en el mundo, y estos a su vez parten de la
conciencia buscando objetos que los completen, según el mecanismo de
intencionalidad de la conciencia.
La
conciencia lanza actos permanentemente, no puede permanecer inactiva
ni detenerse. No hay acto sin objeto: todo acto persigue un objeto,
aunque en un momento A ese objeto pueda no ser conocido. Es decir, a
veces la conciencia lanza actos en la búsqueda de un objeto, pero no
tiene definido cuál es ese objeto. No obstante, sí hay un acto que
está buscando. Desde el punto de vista opuesto, no hay objetos para
la conciencia si no hay actos. La conciencia no recibe pasivamente
estímulos sino que activamente busca los objetos que le interesan.
Dicho de una manera vulgar, la conciencia (nosotros) ve lo que quiere
ver.
No podemos
anular o engañar al mecanismo de intencionalidad; la conciencia
necesita materia prima para trabajar. Esta materia prima es
proporcionada por las percepciones, que concomitan con los datos de
memoria; no obstante, si elimino los estímulos sensoriales (como en
las experiencias en cámaras de supresión sensorial), la conciencia
los reemplaza por imágenes que se conforman a partir de los datos de
memoria, actuando estos como materia prima, impidiendo que se corte
la actividad intencional. Si intento aislar el acto del objeto, para
estudiar el acto “en sí mismo”, descubro que ese acto ya se ha
transformado en objeto. Concluimos que los actos y los objetos están
indisolublemente unidos en nuestra conciencia, observamos una
estructura indivisible.
A esta
estructura la llamamos “estructura acto-objeto” pero también
podríamos llamarla “estructura mundo interno-mundo externo” o
bien “estructura yo-mundo”. Ya diversas religiones, filósofos y
psicólogos hablan, con distintos términos, de la separatidad que
experimentamos con el mundo, y dicen que la búsqueda última de todo
ser humano es la búsqueda de la unión de uno con el mundo (o con el
Todo). Esta separatidad que se experimenta no es una esquizofrenia
que debe ser “curada” sino una búsqueda profunda de unión con
el mundo, empezando por la propia coherencia interna y siguiendo por
los seres más cercanos. Dicha separatidad también la observamos en
nosotros mismos, cuando vemos que muchas de nuestras acciones,
nuestros deseos y aspiraciones, no son elegidos concientemente sino
que son irracionales, mecánicos, como si no provinieran de uno. No
nos sentimos “unidos con nosotros mismos”, porque, si observamos
en profundidad, descubrimos que no gobernamos plenamente nuestra
vida, que todas nuestras acciones tienen un componente de
irracionalidad que a veces es pequeño y otras muy grande. Muchas
veces no elegimos nuestra conducta inmediata, pero aun cuando la
elegimos, podemos ver que el origen de esa conducta está más atrás
y es más oscuro, más desconocido para nosotros.
Ante los
estímulos que recibimos del mundo, podemos clasificar
esquemáticamente (aun cuando en la práctica las cosas son más
complejas) las respuestas que damos en tres tipos:
- irracionales, cuando la acción se produce “a pesar nuestro”, cuando reaccionamos de una forma que no desearíamos si pudiéramos controlar mejor nuestra conducta;
- racionales auténticas, cuando comprendemos la situación y damos una respuesta adecuada y elegida, con pleno encaje interno;
- racionales falsas, cuando damos una respuesta formal, que reviste la apariencia de racionalidad, pero que en el fondo está condicionada por factores no elegidos, y que nos deja un sabor de contradicción interna.
Hacia la racionalidad
Si
quisiéramos ir adquiriendo un comportamiento más racional, más
elegido, más voluntario, más libre, menos condicionado por los
factores antes mencionados, podemos tener en cuenta ciertos aspectos:
- El conocimiento de uno mismo
- La atención
- La asociación entre estímulos, datos de memoria, imágenes y conducta
- La experiencia de unión
El
conocimiento de uno mismo (o autoconocimiento)[9]
Si uno
desea conocerse a sí mismo, hay muchos aspectos que puede estudiar,
comenzando por la propia historia personal (o biografía), siguiendo
por el paisaje de formación, que es ese paisaje cultural y familiar
en el cual hemos sido formados, y que nos ha transmitido sus valores
y creencias. Estos también pueden ser estudiados con independencia,
así como los roles que adoptamos en nuestra relación con los demás.
Por último, mencionaremos a los deseos y las creencias que, si los
conocemos bien, nos pueden dar una excelente pista de todo lo demás,
dado que son los deseos quienes impulsan nuestra acción y son las
creencias las que están en el corazón de lo que hacemos para
intentar resolver nuestras carencias.
Este es un
aspecto clave, que influye mucho en el comportamiento elegido y
consciente. Sin un nivel atencional adecuado, es imposible conocerse
a sí mismo y por tanto elegir el comportamiento. Habitualmente, en
el estado de vigilia ordinaria, nuestra atención es simple:
vamos atendiendo aquello que llama nuestra atención, hacia el
estímulo más potente para nosotros. En este estado, no somos
plenamente conscientes de nosotros mismos (sobre todo, de nuestras
operaciones internas) mientras vamos accionando en el mundo. Hay otro
estado atencional, que es el de atención dirigida: en este
caso, dirigimos intencionalmente nuestra atención hacia aquello que
hemos elegido previamente. Si algo distinto llama nuestra atención,
podemos elegir cambiar el foco atencional o mantener la atención en
lo que ya habíamos elegido. Es atención más intención. En este
estado, tenemos una mayor conciencia de nosotros mismos, ya que
sabemos a qué estamos atendiendo.
Si elijo el
estímulo hacia donde dirigir mi atención, estoy focalizándola
según mis intereses. Pero, ¿cuáles son mis intereses?, ¿cuál es
su origen? Si me oriento en función de mis intereses, pero las
raíces de estos permanecen oscuras para mí, porque no los he
estudiado en profundidad, ¿cómo podré elegir verdaderamente una
conducta? Si dirijo la atención hacia mí mientras desarrollo mi
actividad en el mundo, estoy haciéndome consciente de lo que me
ocurre, estoy autoobservándome, y desde aquí puedo comenzar a
elegir realmente mi comportamiento.
La
asociación entre estímulos, datos de memoria, imágenes y conducta
Hemos visto
cómo hay una mecánica inflexible desde que recibimos un estímulo
hasta que damos una respuesta. Esta respuesta está basada en
asociaciones mecánicas, asentadas sobre grabaciones anteriores.
Dijimos que la conciencia elabora imágenes, que orientan la
respuesta; pero, ¿por qué determinados estímulos son traducidos en
determinadas imágenes y no otras? ¿Puedo observar estas imágenes y
comprenderlas? ¿Puedo modificar esta traducción? ¿Puedo modificar
la carga que tienen esas imágenes? Para hacerlo, existen prácticas
psicológicas que nos llevan, en primer término, a descubrir y
comprender dichas asociaciones. En segundo término, gracias a la
movilidad de las imágenes en el espacio de representación, podemos
“reasociar” un estímulo a otra imagen. A estas prácticas las
llamamos “transferencia de imágenes”. Lo que hacen las
transferencias es trasladar cargas de unas imágenes a otras,
rebalanceando todo el circuito. De este modo, un estímulo que puede
estar asociado con determinadas imágenes portadoras de cargas
negativas, puede ser disociado de dichas imágenes, o más bien
dichas imágenes pueden ser transformadas de modo que pierdan su
carga negativa. Ya el sueño opera con transferencias, pero no
siempre es suficiente para reacomodar todos los sucesos del día, y
por eso algunos sucesos pueden quedar “desintegrados”, desligados
del resto de la vida de uno. Las transferencias de imágenes apuntan
a integrar esos contenidos, esas situaciones que han quedado
descolgadas.
Las
experiencias de unión
Así como
podemos experimentar la separatidad interna, la incoherencia interna,
también podemos experimentar lo contrario, que sería la unión o
unidad interna. Tanto la sensación de incoherencia como la de unidad
están ligadas a la actividad de uno en el mundo; no es indiferente
lo que se haga con la vida de uno, y por tanto tendrá consecuencias
internas. Del mismo modo, las experiencias internas pueden ayudar a
reorientar conductas en el mundo. No se trata de un ritual mágico
que opera cambios de modo misterioso; se trata de que, colocándose
en un determinado estado interno, se amplían las capacidades de uno
para actuar más racionalmente, más conscientemente, más
libremente. Dicho de otro modo, en la acción son importantes el
“qué” y el “cómo”, pero también es importante el “desde
dónde”. Si actúo desde la cabeza será una cosa; si actúo desde
la emoción será otra; si actúo desde la cabeza y la emoción
conjuntamente, será una cosa muy distinta.
En la base
de todas las religiones hay profundas experiencias de unión
(religare: volver a unir). Más allá de que muchas de estas
religiones se hayan externalizado, ritualizado, perdiendo el contacto
con dicha experiencia original, estas experiencias se pueden
investigar e intentar experimentarlas uno mismo, dentro o fuera del
ámbito religioso.
La acción válida
La acción
válida es un tipo de acción que combina los factores mencionados
anteriormente: autoconocimiento, atención y experiencias de unión.
Esta acción no se define por lo que es, sino por cómo es; es decir,
hay unas determinadas características que debe cumplir una acción
para ser considerada válida. Estas características son indicadores
internos, lo cual quiere decir que difícilmente se puede indicar
desde fuera si una acción realizada por otra persona es válida.
Sólo el sujeto puede saber si su acción es válida o no lo es.
La acción
válida es coherente: se piensa, se siente y se actúa en una misma
dirección; además, se trata a los demás como se desea ser tratado
(esto no es más que la aplicación de la regla de oro); por último,
se realiza sin esperar nada a cambio. La acción válida tiene
indicadores: al hacerla, se siente unidad interna; surge el deseo de
repetir este tipo de acciones, y se observa una sensación de
crecimiento interno.
Esta acción se puede potenciar mediante el autoconocimiento, ya que
cuando se sabe lo que se siente y se piensa en profundidad, se puede
actuar consecuentemente, y mediante la atención, que cuanto mayor es
sobre la propia acción, más posibilidades hay de que ésta sea
válida (según sus propios indicadores) ya que puedo elegirla más
libremente. Pero también la acción válida puede ser intuitiva,
puede surgir de modo espontáneo, ya que los indicadores que
mencionamos antes operan aunque uno no sea consciente de ello.
La acción
válida produce ese tipo de experiencia de unión del que hablábamos:
por un lado, une las distintas “partes” del individuo que la
realiza (sentimiento, pensamiento y acción); por otro, une al que la
realiza con los demás, que son el fin de la acción.
Ponencia para el Liceu Maragall de Barcelona
Leída en el Ateneu Barcelonés en mayo de 2005
Bibliografía
- Luis A. Ammann: Autoliberación. Ed. Planeta, Argentina, 1991.
- Silo: Apuntes de Psicología. Virtual ediciones, Chile, 2003.
- Silo: Psicología de la imagen (en Contribuciones al pensamiento). Ed. Planeta, Argentina, 1990.
Notas
[1] Para
un estudio del paisaje de formación, ver Autoliberación, de
L.A. Ammann (ed. Planeta, Argentina, 1991), Epílogo, punto
2.A.
[2] Op.
cit., Prácticas sicofísicas, lección 2.
[3] No
confundir los impulsos que mencionamos aquí, haciendo un símil con
los impulsos eléctricos, con aquel otro término utilizado en
psicología, que describe conductas que “brotan desde el interior
impulsivamente”. Estos impulsos de que hablamos aquí se asemejan
a bits de información.
[4] Para
un estudio detallado del espacio de representación, ver Psicología
de la imagen, en Contribuciones al pensamiento, de Silo
(ed. Planeta, Argentina, 1990).
[5] Las
asociaciones se dan en tres franjas: similitud (montaña-edificio),
contigüidad (montaña-río) o contraste (montaña-pozo).
[6] Para
una descripción más detallada del núcleo de ensueño y los
ensueños, ver Autoliberación, Prácticas de
autoconocimiento, lección 6.
[7] Para
la traducción de impulsos en imágenes, ver Apuntes de
Psicología. Psicología II, de Silo (Virtual ediciones, Chile,
2003).
[8] Para
un estudio teórico y práctico de las técnicas transferenciales,
ver Autoliberación, Prácticas de transferencia.
[9] Ver
Autoliberación, Prácticas de autoconocimiento.
[10] Ver Autoliberación, Prácticas
psicofísicas, lección 6, Perfeccionamiento atencional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario