Para cualquiera esto es fácil de comprender: veo las cosas según mi particular punto de vista, influido por mis creencias, y esto mismo le ocurre a los demás. De allí que haya muchas ocasiones en las cuales dos personas son incapaces de ponerse de acuerdo en lo que ven, a pesar de que, “objetivamente”, sea lo mismo. Pero cada uno lo ve desde su paisaje, cada uno vive su propia realidad psicológica.
Existe otro tipo de realidad, a la cual
podemos llamar “realidad sensorial”. Es la realidad que perciben
mis sentidos, tanto externos como internos. No cabe duda que eso que
perciben mis sentidos es interpretado según mi paisaje interno, y
allí aparece la realidad psicológica. Pero no pongo en duda eso que
perciben mis sentidos (dejando de lado posibles errores en los
aparatos receptores). Incluso, a nivel de la percepción, es bastante
más fácil ponerse de acuerdo con otros: veo un árbol, y si
pregunto a quienes me rodean, también me dirán que ven un árbol.
Como se ve, esta realidad es mucho menos dudosa que la psicológica,
y la prueba está en que el acuerdo es mucho más unánime.
No obstante, la ciencia misma se ha
encargado de demostrar que lo que percibimos a través de los
sentidos no es tal como son las cosas. Ahora sabemos que las cosas
materiales no son tan sólidas como aparentan; sabemos que hay una
serie de colores, olores, sonidos, texturas o gustos que no
alcanzamos a percibir porque nuestros sentidos son limitados. Pero a
pesar de ello, la realidad sensorial es tan fuerte que se nos impone
como vivencia indubitable. No importa lo que diga la ciencia, lo que
importa es que yo veo un árbol, y con esto tengo suficiente para
moverme por el mundo y vivir.
Cuando el Buda decía que el mundo es
ilusorio, se refería a estos dos tipos de realidad, pero haciendo
hincapié en la segunda, la realidad sensorial. Pero Buda no hablaba
desde un punto de vista científico, ni hablaba de los límites de
los sentidos, sino que hablaba de una estructuración que hace
la conciencia ya a nivel de sentidos. No sólo se trata de que la
conciencia interprete lo que percibe, sino que ya la propia
percepción es una estructuración de la conciencia.
Si la conciencia estructura lo que
recibe de los sentidos, quiere decir que hay algo más allá de los
sentidos, y que hay otras estructuraciones posibles.
Así, ese árbol que yo veo no es tal.
Yo, y las demás personas, vemos un árbol porque nuestras
conciencias estructuran de manera similar las percepciones, además
de que el funcionamiento de nuestros sentidos también es parecido.
Si tuviera un gran microscopio, y pudiera ampliar los límites del
árbol, hasta poder ver el movimiento de los electrones en torno al
núcleo del átomo, el límite entre el árbol y aquello que lo rodea
se perdería. Es como cuando se toma una imagen digital, y se la
amplía; llega un punto en que es imposible distinguir los bordes de
cualquier objeto, uno no ve más que bits de distintos colores,
puestos de una manera casi caprichosa. Es al reducir la imagen cuando
puedo distingir los objetos que están retratados en ella.
tamaño 100% |
tamaño 400% |
tamaño 6400% |
Ahora mismo, al escribir esto, estoy
golpeando levemente unas teclas dispuestas en un determinado orden;
estas teclas lanzan un impulso eléctrico que llega hasta una
pantalla, donde se van encendiendo distintos píxels de colores,
conformando unas formas lineales que llamamos letras. Si después
quiero enviar este texto a alguien, nuevamente todo se transformará
en impulsos eléctricos que recorrerán el planeta en muy pocos
segundos hasta llegar a su destinatario. Lo maravilloso no es que
todo esto ocurra gracias al avance tecnológico; ¡lo maravilloso es
que el destinatario será capaz de leer lo que estoy escribiendo y
entenderlo!
Aquello que percibo del mundo (incluido
mi propio cuerpo) es mi realidad sensorial; aquello que interpreto
del mundo, es mi realidad psicológica. La realidad sensorial está
más allá de la realidad psicológica; si pudiera suspender mis
interpretaciones sobre el mundo, vería la realidad sensorial tal
cual la perciben mis sentidos. Pero, ¿qué hay más allá de la
realidad sensorial? Ya vimos que la ciencia nos ha demostrado que
esta otra realidad existe, y para eso se ha valido de aparatos; pero
estos aparatos también son limitados, en buena medida porque éstos
intentan imitar y perfeccionar el funcionamiento de nuestros sentidos
(aquello que conocemos). A esta otra realidad la podríamos llamar
“trascendental”, porque trasciende mis sentidos, mi forma
habitual de percibir el mundo; también podríamos decir que es
“metafísica”, porque está más allá de la física, más allá
de lo sensorial, o “metapsicológica”, porque está más allá de
lo psicológico.
Imaginémonos por un momento,
moviéndonos dentro de una masa más o menos compacta; no es tan
difícil de imaginar, ya que es lo que ocurre cuando estamos dentro
del agua. Según nuestros sentidos, estamos acostumbrados a ver los
objetos separados entre sí: mi cuerpo es mi cuerpo, los cuerpos de
los demás son perfectamente distinguibles entre sí, y diferentes de
mi cuerpo; cada objeto que me rodea tiene una entidad propia, y los
vemos como separados. Entre mi cuerpo y el teclado hay algo que nos
separa, incluso cuando apoyo mis dedos sobre las teclas. ¿Qué es
eso que nos separa? Habitualmente, es el aire, el cual no vemos, y
como estamos acostumbrados a movernos en él, no percibimos la
resistencia que ejerce. Si ahora hacemos el ejercicio ese de ampliar
inmensamente la vista sobre un objeto, y la focalizamos entre el
límite de mi piel y el aire que la rodea, veríamos una serie de
átomos, indistinguibles, que se mueven de manera casi caprichosa.
¿Dónde está el límite? Cuando paso por al lado de una persona,
entre nosotros hay aire, pero ese aire no es más que un continuum
cuyos límites con mi cuerpo y el de la otra persona son
indistinguibles a partir de cierto nivel. Además, cuando yo me muevo
empujo el aire que hay a mi alrededor, y lo mismo ocurre con la otra
persona. Por tanto, cuando paso al lado de alguien, los dos estamos
empujando el aire hacia el otro, y realmente esa distancia que nos
separa no es tal, sino que es energía que se mueve incesantemente
entre nosotros dos, y dentro de cada uno. Es la misma energía.
Desde luego no vale el argumento de que fuera de la atmósfera no hay
aire, porque siempre hay algo, siempre hay una energía que es
omnipresente.
La materia no es más que una
conformación particular de la energía merced a unas determinadas
reglas físicas que, merced a nuestros sentidos y nuestra psicología,
adopta formas de objetos a los cuales incluso les ponemos nombre.
Vivimos inmersos en una masa de energía
de la cual formamos parte inseparable. ¿Qué pasaría si, cada vez
que miramos a alguien, en lugar de ver a otro, fuéramos
capaces de ver esa energía que constantemente nos recorre, por
dentro y por fuera? ¿Si fuéramos capaces de sentirla, o de
imaginarla? La realidad trascendental no se puede captar con los
sentidos. No es una realidad subjetiva, pero sólo se puede captar
desde una subjetividad más profunda, desde el contacto con lo más
profundo de uno, donde desaparecen los límites entre yo y el mundo.
Sin duda que vivimos en una realidad
ilusoria, pero no obstante, esa ilusión es nuestra vida habitual, y
por tanto es nuestra realidad. Nosotros decidimos que esa ilusión
cobre realidad. Gracias a nuestra intención, la ilusión cobra
existencia. Por otro lado, tampoco podemos decir que la ilusión no
existe; sí existe, y por eso podemos hablar de ella. Así, podemos
decir que esta realidad, nuestra realidad cotidiana, es una “realidad
intencional”.
Ahora entiendo mejor cuando Silo dice:
“Eres el sentido del mundo, y cuando aclaras tu sentido iluminas la
Tierra” (El Paisaje Interno, cap.VII, par. 3) y también cuando
dice: “el sol ocupa más lugar en los seres humanos que en los
cielos” (cap. II, par. 5).
También adquiere para mí
otro significado lo dicho el 4 de mayo de 2004 en Punta de Vacas:
“Tal vez deberíamos
preguntarnos sobre cómo es posible que lo inmortal genere la ilusión
de la mortalidad”. ¿Qué es la vida? Estamos acostumbrados a tener
muy clara la diferencia entre algo vivo y algo muerto (ni qué decir
de nuestros seres queridos). Mientras escribo esto no tengo dudas de
que estoy vivo, y tampoco las tengo de que el teclado es algo muerto.
Sin embargo, el teclado también está conformado por la misma
energía de la cual estoy hecho yo. ¿Es que acaso una piedra está
muerta, o el agua está muerta? Podemos decir que lo vivo es aquello
que sufre transformaciones, pero todos los elementos sufren
transformaciones, aunque a lo largo de nuestra vida no seamos capaces
de percibirlas (nuevamente nuestros sentidos parecen ser la vara de
medir). Incluso nuestro cuerpo, después de “muerto” sigue
transformándose. Podemos decir que lo vivo es aquello que está
animado (como los seres humanos y los animales) pero las plantas
también están vivas.
Reduzcamos
un poco nuestra mira, y centrémonos en las personas. ¿Qué
diferencia a una persona viva de una muerta? A simple vista, hay una
intención en alguien vivo, mientras que en alguien muerto “parece”
no haberla; en todo caso, parece que “su cuerpo” ha dejado de
tener intención (o ha dejado de pertenecer a esa intención a la
cual nosotros le dábamos el nombre de una persona). Pero la
intención no es un atributo de los cuerpos (¿la piedra tiene
intención?); la intención es “otra cosa”. Una vez más, los
sentidos parecen ser los que dictan sentencia, y adjudican carnet de
vivo a aquellos que se mueven, y se lo quitan a aquellos que se
quedan quietos (incluso a veces vemos a alguien dormir y por un
instante nos parece que está muerto).
Sintetizando,
se puede intencionar una mirada que vaya más allá de los sentidos,
y que sea capaz de captar, aunque sea lejanamente, esa realidad
trascendental. Desde esa mirada, todo adquiere otra dimensión, se
constituyen otros parámetros, se registran otras cosas (aunque no se
perciban con los sentidos habituales).
No hay comentarios:
Publicar un comentario