No resulta fácil hablar acerca de la relación entre lo psicológico y lo espiritual. La psicología ha pretendido y pretende ser ciencia, con mayor o menor fortuna. En cambio lo espiritual... estamos acostumbrados a oír hablar de lo espiritual como si se opusiera a la ciencia, como si pretendiera negarle su valor, del mismo modo que la ciencia tiende a degradar la espiritualidad.
La
espiritualidad es una palabra cuyo significado varía según quien la
pronuncie. Las religiones suelen hablar del espíritu refiriéndose a
ciertas creencias que predican, ubicándolo fuera de las personas,
casi siempre lejos de ellas y con intermediarios para conectarse con
ella. ¡Incluso algunos bancos hablan del espíritu, pretendiendo
captar clientes! En cambio, difícilmente oiremos hablar de lo
espiritual a alguien que se precie de científico. Nosotros nos hemos
reunido hoy para hablar acerca de la Psicología del Nuevo Humanismo,
y aquí introducimos lo espiritual porque, aunque no está contenido
explícitamente en esta psicología, tiene mucho que ver con ella,
desde un prisma más amplio.
La
espiritualidad de la que nosotros hablamos no es la espiritualidad
del dogma ni de la fe ingenua, ni es una mera creencia; hablamos de
la espiritualidad que experimentamos, y que me hace sentir hermano
del otro, ese otro que puede estar al lado mío o en la otra punta
del planeta, en el cual reconozco el mismo espíritu que habita en
mí. Estoy hablando de una experiencia personal de lo espiritual, no
de un concepto o una idea con que a veces se ha pretendido manipular
este profundo sentimiento, al servicio de ciertas causas muy
terrenales y muy poco relacionadas con el verdadero espíritu.
Haciendo
una pobre descripción, diría que el espíritu es aquello que está
más allá de lo cotidiano, más allá de lo tangible, más allá del
dinero, el trabajo o cualquier otro sentido provisorio. Es ese algo
que me constituye en auténtico ser humano, ese algo que siempre ha
impulsado las mejores causas, incluso aquellas de los hombres de
ciencia, cuyo “espíritu indomable” ha conseguido avances que han
hecho retroceder el dolor en el ser humano.
El
verdadero espíritu, arraigado en lo profundo del ser humano, siempre
impulsa en una dirección a favor de la vida, en oposición a todo
tipo de violencia ejercida contra otro ser humano. Este espíritu no
viene de fuera; este espíritu está en el corazón de cada uno de
nosotros, sirviéndonos de motor y de guía en el camino de la vida,
tendiendo puentes hacia las otras personas, en las cuales me
reconozco.
La
psicología también ha hecho numerosos aportes para el desarrollo
humano, ayudando a superar el sufrimiento mental mediante conductas,
terapias y prácticas de distinto tipo. Pero, aun en el mejor de los
casos, topamos con el muro de la muerte inexorable que acecha a todo
ser vivo. Esa muerte que ya se expresa cuando me siento enemigo de mi
hermano, cuando creo que quien está al otro lado es distinto de mí,
cuando lo siento ajeno a mí, y de este modo me alieno en mí mismo,
perdiendo el contacto con ese espíritu que me humaniza.
No
se trata pues de oponer el espíritu a la ciencia ni a la psicología,
ni oponer el espíritu intangible a lo material. Se trata de que el
ser humano avance cada vez más en su camino, valiéndose de la
materia, de la ciencia y de su espíritu alado. Porque el espíritu
tiene alas, esas que nos hacen volar por encima de las pequeñeces y
las dificultades.
¿Qué
puede entonces aportar lo espiritual a lo psicológico? El espíritu
es esa guía que, emplazada en el centro de nuestro ser, nos orienta
en la dirección más evolutiva, nos lanza hacia los demás y al
mismo tiempo nos impulsa hacia nuestro centro más luminoso. La
psicología nos puede dar herramientas muy eficaces para avanzar por
ese camino, nos puede ayudar a superar las resistencias propias de
todo trayecto, a limar nuestras aristas menos dóciles y abrirnos a
la experiencia espiritual, que no es de otra vida sino de esta.
Cuando
observo a otro ser humano con mirada atenta, reconozco en él ese
algo latente que hoy llamamos espíritu. Incluso en la condición más
miserable, cabe en todo ser humano algo maravilloso e
inconmensurable, algo para lo cual las palabras se nos quedan cortas,
y sólo podemos experimentar en nuestro interior.
No
hace falta pertenecer a ninguna religión para cultivar lo
espiritual. El espíritu puede anidar en cada uno, independientemente
de sus creencias religiosas. Porque el espíritu es experiencia, una
experiencia a la que puede acceder todo aquel que medita en humilde
búsqueda.
Esta
vivencia de lo espiritual me permite imaginar un mundo más
humanizado, y sentir que este mundo está cerca, ya está aquí, al
alcance de nuestra mano. Basta que abramos nuestras mentes y nuestros
corazones, que nos dispongamos a sentir la presencia de un espíritu
que está en mí y también fuera de mí, en los otros seres humanos,
en la vida que nos rodea. Esta experiencia nos hace sentir parte de
un proceso humano milenario, que tal vez nació cuando nuestros
antepasados se rebelaron ante lo natural y decidieron dominar el
fuego, ese fuego tan asociado a los sentimientos más elevados y
también origen de toda la ciencia moderna.
Porque
es fuego y energía lo que vibra en nuestro interior, y podemos
elegir orientar ese fuego hacia la destrucción o hacia la
construcción. Si estamos en contacto con nuestro espíritu, sólo
podremos volcarnos hacia las mejores causas de la vida, sea en el
campo psicológico, científico, artístico o social.
Quisiera
recalcar que el espíritu del que nosotros hablamos está al servicio
de la vida, al servicio de la liberación del ser humano de todo
dolor y sufrimiento. La experiencia de lo espiritual da dirección
humanizadora a la propia vida, me orienta hacia lo mejor de los demás
desde lo mejor de mí mismo. Cualquier otra dirección es falsear el
espíritu, es apoyarse en creencias y dogmas, no en una experiencia
profunda de contacto con ese “algo más”, con aquello sagrado que
ha estado siempre presente en el ser humano, manifestándose en
aquellos momentos y aquellas acciones que han contribuido a liberar
al ser humano de sus cadenas.
Me
gustaría terminar con unas frases extraídas de “El Camino”, en
el libro del Mensaje de Silo:
“Si
crees que tu vida termina con la muerte, lo que piensas, sientes y
haces no tiene sentido. Todo concluye en la incoherencia, en la
desintegración.
Si
crees que tu vida no termina con la muerte, debe coincidir lo que
piensas con lo que sientes y lo que haces. Todo debe avanzar hacia la
coherencia, hacia la unidad.
No
imagines que estás solo en tu pueblo, en tu ciudad, en la Tierra y
en los infinitos mundos. No imagines que estás encadenado a este
tiempo y a este espacio.
No
imagines que en tu muerte se eterniza la soledad.”
Nada
más. Muchas gracias.
Leído en el Ateneu Barcelonés durante el Foro de Psicología del Nuevo Humanismo y en Madrid durante el Foro de Educación y No-violencia, en 2007.
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