martes, 1 de marzo de 2011

Derechos de autor: lo justo y lo legal

Recientemente se ha aprobado en España la llamada “ley Sinde”, la cual pretende poder cerrar páginas web cuando éstas publican enlaces para descargar gratuitamente archivos que están “protegidos” por derechos de autor (lo que, degradatoriamente, se llama “piratear”).


El argumento es muy simple: un artista debería poder cobrar por sus creaciones, y la descarga gratuita impide que este artista cobre por lo que ha creado. Esta ley acompaña otras que ya nos obligan a pagar un cánon “antipiratería” cuando compramos un CD o DVD virgen, o cualquier reproductor multimedia (o sea, leyes que asumen que todos somos “piratas” en potencia, y por las dudas nos cobran antes de hacer nada; esto equivaldría a hacer pagar a cualquier político electo una suma de dinero al asumir su cargo, previendo que algunos de estos políticos serán corruptos).

La simpleza del argumento de la ley Sinde es falsa, porque no contempla la esencia de los derechos de autor, ni la injusticia social en que vivimos, ni atiende al hecho de que “obra descargada” no equivale a “obra no comprada”, ni es coherente con los argumentos del “libre mercado” que pregonan los liberales-socialistas.

¿Cuáles son los límites de los derechos de autor?, ¿terminan con el autor o continúan con sus herederos?, ¿se pueden vender como cualquier mercancía? Cuando un autor escribe y graba una canción, está utilizando infinidad de elementos que han sido creados por otros, ¿comparte con ellos sus derechos de autor, o se los queda para sí? Y si el autor ha muerto, deberíamos hablar de “derechos de herederos de autor”. A veces, incluso, esos derechos se venden a otros, con lo cual ni siquiera es el autor el que recibe las ganancias. Todos somos creadores en alguna medida, pero solo unos pocos pueden aspirar a cobrar por ello.

Muchos autores de éxito se quejan de que descarguen sus canciones, ignorando el hecho de que ellos ya se han hecho millonarios y no necesitan en absoluto que nadie proteja sus derechos de autor para poder vivir de su arte. En cambio, los que han tenido menos éxito son quienes menos se quejan, porque las descargas les permiten difundir sus obras fuera de los canales comerciales interesados.

Hace unos cuantos años comprábamos discos LP, luego cassettes, luego CD, y ahora pagamos para descargar canciones en mp3, ¿hasta cuándo vamos a seguir pagando por las mismas canciones, una y otra vez? Actualmente muchos descargan canciones o películas que, o bien compraron o vieron en su momento, o bien han sido o serán emitidas gratuitamente en la radio y la TV. De todo lo que se descarga gratis por Internet, la inmensa mayoría no sería comprada, simplemente sería ignorada. Una de dos: o bien se descargan obras que tienen gran éxito (lo cual significa que sus autores ganan con ellas más que suficiente para vivir más que dignamente) o bien son obras antiguas o de muy poco éxito, en cuyo caso seguramente tampoco serían compradas en una tienda.

En una economía salvaje, donde el máximo valor es la competencia, ¿no deberíamos dejar que sea la “mano invisible” del mercado la que regule las descargas por Internet? Más bien, se pregona el libre mercado cuando éste resulta ventajoso para las cúpulas, pero no se duda en acudir a la represión del Estado cuando esa supuesta libertad beneficia a la mayoría.

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