martes, 4 de diciembre de 2018

La identidad que viene del futuro

Para Simposio Latinoamericano CMEH, octubre 2018, Lima

Abstract:
¿Quiénes somos? Para responder a esta pregunta recurrimos al paisaje cultural en que hemos nacido y nos hemos formado, a nuestra biografía, nuestro carácter, nuestros estudios, nuestros gustos musicales, etc. ¿Qué pasaría si en lugar de mirar al pasado miráramos al futuro, y en lugar de decir "yo soy tal cosa" dijéramos "yo quiero ser tal otra"? En una época de reafirmación de las identidades culturales heredadas, nosotros reivindicamos el futuro, la libertad de elección, como eje identitario.




¿Quién soy? Se supone que Sócrates decía aquello de “conócete a ti mismo”, pero yo me pregunto: ¿quién es ese sujeto que se debe conocer a sí mismo? Si me miro al espejo, me reconozco (casi siempre), si veo mi nombre escrito, me reconozco. Hay infinidad de situaciones en las cuales me reconozco; por lo tanto, parece que tengo muy claro quién soy. Sin embargo, a la hora de responder a la pregunta inicial uno duda… ¿quién soy? Sólo tengo respuestas predefinidas cuando se trata de una pregunta superficial, como la que hacen en la recepción del médico, o en el check-in del mostrador de una aerolínea. Pero si hago la pregunta con cierta profundidad, la respuesta no surge fácilmente. Además, compruebo que la respuesta cambia según el momento. ¿Después de comer, con la panza bien llena, soy el mismo que era hace un rato, cuando me sentía famélico?, ¿soy el mismo antes, durante o después de una discusión?, ¿y si en lugar de una discusión se trató de un acto de amor? Nosotros no vamos a buscar una respuesta a esta pregunta hoy; lo que vamos a proponer es cambiarla por ¿quién quiero ser?

Cuando conocemos a alguien, solemos presentarnos diciendo en primer lugar nuestro nombre; a continuación, dependiendo de la circunstancia, indicamos de dónde venimos, a qué nos dedicamos, nuestra situación familiar, etc. Lo del nombre parece bastante razonable y práctico, porque así le decimos a la otra persona cómo se puede dirigir a nosotros, facilitando la relación. En cuanto al resto de información, suele estar referida a aspectos de nuestro pasado y nuestro presente. Todavía no conozco a nadie que se presente diciendo “Hola, me llamo Fulanito y me gustaría dedicarme a la pintura” o “soy médico, pero me gustaría dejar de trabajar y poder viajar por el mundo”.

Mucho más radical es la situación cuando tenemos que rellenar algún formulario, tanto si es oficial como si no lo es. Inmediatamente después del nombre y algún tipo de identificación oficial, viene la fecha y lugar de nacimiento. En realidad, con estos pocos datos ya podemos dar por identificada a la persona. “Roy Batty, nacido el 8 de enero de 2016 en Marte, androide de la serie Nexus-6”.

Sea cual sea nuestra biografía, nuestro nombre junto con la fecha y lugar de nuestro nacimiento nos marcan. ¿Está aquí la esencia de nuestra identidad?, ¿somos un producto de la coordenada espacio-temporal en que nos tocó nacer? Está claro que la fecha y lugar de nacimiento nos dicen muchas cosas sobre el ambiente en que le tocó nacer, y seguramente criarse, a una persona. No es lo mismo haber nacido en Alemania en 1930, justo antes del acceso al poder del nazismo, que haberlo hecho en 1950, después de su derrota; ni es lo mismo nacer a comienzos del siglo XXI en un lugar pobre del África negra o en la rica y próspera Noruega, o haberlo hecho en España en plena edad media, en la América precolombina o en la Roma imperial. Si además podemos aportar algo más de información sobre la situación social en que se nació, con más probabilidad nos haremos una idea de algunas características de esa persona. Estamos describiendo situaciones socio-culturales diametralmente opuestas, con creencias religiosas, supersticiones, ideologías políticas o paradigmas científicos completamente diferentes. No obstante, en todos esos lugares podríamos encontrar personas con aspiraciones similares. Donde su pasado los condena a ser irremisiblemente diferentes, su imagen de futuro podría unirlos.

Estamos diciendo que habitualmente definimos la identidad de una persona a partir de hechos de su pasado, empezando por su nacimiento, y de hecho así es como solemos vernos a nosotros mismos. Sin embargo, esto no es más que una posibilidad; en la actualidad se dicen cosas como “somos lo que comemos”; hay mucha gente preocupada por aquello que come, sobre todo en aquellas sociedades en que la comida está al alcance de la gran mayoría, porque lamentablemente en otros lugares todavía se come lo que se puede. Pero volviendo a nuestros amigos más ricos, parecería que la identificación principal es con el propio cuerpo, con aquello que lo alimentamos; si como lechugas o zanahorias seré un tipo de persona, mientras que si como grasas saturadas seré otro tipo muy distinto.

Nosotros aprovecharemos este escenario para proponer una alternativa: podríamos intentar definir la identidad a partir de las aspiraciones a futuro; en concreto, podríamos intentar vernos a nosotros mismos con el prisma de aquello que queremos hacer, de cómo queremos ser, de la situación en que queremos estar, de aquello que queremos legar para las generaciones futuras; finalmente, de cómo queremos continuar después del fin de la vida de nuestro cuerpo. Las aspiraciones a futuro nos indican el camino del quehacer diario; por lo tanto, al tomarlas como base, estamos tomando como base también el hacer.

De este modo, al conocer a alguien nuevo uno se podría presentar como “hola, me llamo Fulanito y quisiera erradicar las armas nucleares del planeta”; “hola, me llamo Menganita y me gustaría que todas las personas nos sintiéramos y nos tratáramos como hermanos”; “hola, me llamo Sutanite y aspiro a que haya libertad total para elegir el género y el tipo de relaciones sexuales que uno quiera”, y así siguiendo, cada uno identificándose con aquello a lo que aspira. También podría haber presentaciones más íntimas: “hola, me llamo K y quisiera tener menos miedos”; “hola, me llamo X y me gustaría amar a toda la humanidad”; “hola, aspiro a tratar a los demás como quiero que me traten, y para empezar no quiero identificarme con ningún nombre”.

La pregunta por la propia identidad es una pregunta muy antigua en el ser humano, y que apunta a su esencia, a aquello que lo define como tal, y en el plano personal a aquello que me define a mí mismo. Evidentemente, no podemos reducir semejante tema a un único aspecto, referido a las aspiraciones a futuro; además, por lo visto hasta ahora, hay multitud de elementos que contribuyen a definirla. Por lo tanto, nos conformaremos con destacar un aspecto que nos parece muy importante: la identidad es un significado intencional dado por nuestra propia conciencia; no se trata de algo estático, determinado por ciertos parámetros fijos, sino de algo absolutamente dinámico y dependiente de nuestra mirada intencional. De hecho, al proponer basar nuestra identidad en nuestras aspiraciones, estamos pensando en una identidad que no está terminada, que no es definitiva ni está claramente definida; estamos hablando de una identidad en permanente construcción y cambio.

La identidad no es algo que uno hereda pasivamente sino algo que se construye; la propia identidad es un acto de creación, es la obra de toda una vida. No somos algo que se definió el día que nacimos al mundo, ni mucho menos algo que definieron las generaciones que nos precedieron; todo ello forma parte de nuestro bagaje, y son las herramientas iniciales que podemos utilizar para construirnos a nosotros mismos. En el pasado vamos acumulando experiencias que, bien utilizadas, nos servirán para avanzar mejor en nuestro camino elegido. En rigor, ni siquiera deberíamos usar el verbo “ser” en presente, porque no “somos” sino que “vamos siendo”; a cada momento, cada día, cada año, vamos construyendo nuestra vida, vamos siendo nosotros mismos. Si somos conscientes de que la dirección en la cual vamos a llevar esa construcción está configurada desde el futuro, en el momento en que pongamos el acento en nuestras aspiraciones más profundas estaremos definiendo nuestro ser; si no lo hacemos, tenderemos a repetir aquello que conocemos, poniendo de esta manera el pasado en el futuro.

Así, dentro de los límites de los enormes condicionamientos con que uno nace, más los que va adquiriendo con el transcurrir, uno tiene libertad para elegir cómo quiere ser, y tiene así la posibilidad de concretarlo.

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