sábado, 18 de octubre de 2008

Ética de la noviolencia



Empezaremos definiendo algunos términos, luego haremos un breve repaso no exhaustivo sobre distintas éticas a lo largo de la historia, a continuación hablaremos de la ética que propone Silo y finalmente hablaremos de la noviolencia en este contexto.

El tema de la charla es la ética de la noviolencia. Para el humanismo universalista la noviolencia es una propuesta de relación para las personas, los pueblos y las naciones, aplicable a todos los ámbitos: político, económico, cultural, generacional, sexual, étnico, etc.

En primer lugar, necesitamos aclarar el uso que le vamos a dar a ciertos términos. La ética es el estudio de los fundamentos morales, es decir aquello que sirve para fundamentar una moral, mientras que ésta es el conjunto de reglas que indica cuáles comportamientos (o pensamientos, si fuera el caso) son “buenos” y cuales “malos”. De este modo, la ética sería la que determinaría los criterios para decidir si algo es moralmente bueno o malo. La moral dice qué es bueno, y la ética dice por qué es bueno.

Por tanto, podríamos redefinir el tema de la charla diciendo que trata acerca de los fundamentos éticos sobre los cuales se asentaría la propuesta de la noviolencia. Dicho de manera muy directa: ¿por qué es buena la noviolencia?

Objetivo de la moral

En términos generales, el objetivo de la moral es dar una orientación a la conducta humana, en búsqueda de la felicidad común. Seguramente esto que acabo de decir sería discutible, pero nadie podrá discutir que se persigue una convivencia entre los seres humanos, para lo cual a veces será necesario supeditar la felicidad personal en función del bien común (según la mayoría de las éticas elaboradas a lo largo de la historia y hoy todavía vigentes). Esto nos habla, por un lado, de la imagen que se tiene de la felicidad (quizás muy cercana al placer), y por otro de que esta visión contrapone la felicidad de una persona a la del conjunto de la comunidad, que así parecen casi incompatibles. Este punto de vista, posiblemente, haya dificultado mucho la aplicación en la práctica de los sistemas morales, y nos ha llevado a la situación actual, en la cual “parece” no haber ninguna ética que sustente ninguna moral. Por esto es que, para resolver este problema, se proponen distintos grados de represión social, sin los cuales la mayoría de las personas del planeta es incapaz de imaginar una sociedad humana.

Sistemas éticos

Durante su historia, el ser humano ha desarrollado muchos sistemas éticos. Podemos empezar clasificándolos en dos grupos: aquellos que parten de una revelación y aquellos que podemos llamar laicos.

Entre los que parten de revelaciones se encuentran las religiones judía, cristiana y musulmana. Justificar una moral a partir de una revelación divina puede ser muy eficaz en determinados momentos históricos, sobre todo si se acompaña del insuflamiento del temor a Dios. Como vemos, esa moral se impondrá más por la represión (o el temor a ella) que por convencimiento propio. Por otro lado, esta ética es arbitraria, ya que no abarca todas las posibles conductas ni da parámetros claros, de modo que se genera una casta entre quienes supuestamente saben cómo aplicarla. Estamos cansados de ver bandos religiosos que luchan entre ellos, a pesar de profesar supuestamente la misma religión y por tanto la misma ética.

Sistemas éticos laicos ha habido muchos a lo largo de la historia. Siddharta Gautama, el Buda, ya proponía una moral, indicando que era necesario cumplirla para salir de la rueda de las reencarnaciones y alcanzar el Nirvana. También Platón, Aristóteles, Confucio o Mahavira (todos ellos de la misma época) propusieron éticas no basadas en revelaciones sino en unos deberes familiares y cívicos (Confucio), en un ideal de belleza (Platón), en unas virtudes particulares (Aristóteles) o nuevamente en pos de una liberación interior (Mahavira).

Todas estas éticas tienen el común denominador de que se basan en axiomas: revelación divina, deberes, virtudes o ideales que no se discuten, a partir de los cuales se elaboran los sistemas morales.

Mucho más recientemente, en el siglo XVIII, Kant propuso como ética basada en la razón el imperativo categórico, que dice más o menos que uno debería hacer siempre aquello que considerase válido como máxima universal, o sea para cualquier persona de cualquier lugar y época; dicho de otro modo, aquello que era moralmente bueno para uno, debía serlo también para todos los demás. Como comprobamos a diario, esta moral no se aplica hoy día, puesto que estamos cansados de “oír hablar” de una moral, pero ver actuar de manera completamente opuesta.

Ética siloísta

El problema de la felicidad personal oponiéndose a la social no ocurre con la ética propuesta por Silo. En el capítulo XIII de su libro “La Mirada Interna”, Silo enuncia 12 “Principios de acción válida”. Todos estos principios están formulados en términos que una conducta “te encadena” mientras que la opuesta “te libera”. Ese encadenamiento se refiere al sufrimiento, y la liberación es también del sufrimiento, o sea hacia la felicidad. De modo que tenemos aquí un sistema que no dice qué debe hacer uno, sino que da unos parámetros de conducta que, si son aplicados, resultan en una liberación del sufrimiento personal y también redundan beneficiosamente en la convivencia social.

Creo que la clave de esta propuesta está en que se apoya en un sentimiento personal, que todos los seres humanos tenemos, que nos indica (a nivel psicológico y a veces hasta físico) que estamos haciendo algo inadecuado, que nos está provocando sufrimiento a nosotros y a quienes nos rodean. De hecho, esta ética toma el sufrimiento como indicador de error en la conducta. Aquí ya no se habla de pecados, ni de revelaciones, ni de castigos ni de deberes, sino de un registro personal de sufrimiento que aparece cuando obramos equivocadamente, cuando somos incoherentes entre lo que sentimos, pensamos y hacemos, y en cómo tratamos a los demás.

La ética propuesta por Silo es universal (al igual que la de Kant) ya que sirve para cualquier persona en cualquier situación, lugar y época. Para aplicarla es necesario aprender a observarse con detenimiento y humildad, para descubrir en uno mismo el registro de unidad o contradicción.

Quizás el principio más importante enunciado por Silo sea “Cuando tratas a los demás como quieres que te traten, te liberas”. Esto no es más que un nuevo enunciado de la vieja regla de oro, que está presente en casi todas las éticas. No obstante, Silo lo formula en los términos antes mencionados de liberación o encadenamiento al sufrimiento, lo cual le da un matiz muy importante, puesto que no se trata de una obligación moral, sino de una sugerencia de conducta de la máxima importancia para la vida de uno y del ser humano en sociedad.

Noviolencia fundamentada en la ética siloísta

¿Desde dónde plantea entonces el Humanismo Universalista la noviolencia? Precisamente desde la mirada aportada por Silo. El ejercicio de la violencia (sobre otros o incluso sobre uno mismo) siempre surge como respuesta ante situaciones de sufrimiento. Si no sufro, no tengo necesidad de violentarme. Inversamente, cuando sufro, acumulo una “tensión excesiva” que acabo descargando violentamente, ¡y mejor que quien esté delante mío se aparte!

Claro que la violencia no surge únicamente como respuesta coyuntural ante una tensión puntual, sino que en torno a ella se elaboran ideologías que la justifican, como por ejemplo la venganza, que incluso en algunas culturas es una especie de deber. A partir de estas ideologías, la violencia se institucionaliza y se generaliza como forma de relación aceptada entre individuos y también entre pueblos. De modo que la violencia deja de ser una respuesta puntual ante una situación sufriente, para manifestarse como discriminación, explotación, y en general, la imposición de una voluntad sobre otras.

Hoy día, vivimos en un sistema que tiene a la violencia como signo, aunque se lo disfrace con frases más o menos elegantes. Pero en el fondo atisbamos al ser humano sufriente que, no sabiendo cómo liberarse de ese sufrimiento, inventa argumentos para justificar la aplicación de la violencia  a escala personal y social, que, por supuesto, nunca se sacia ni mucho menos elimina los factores que causan ese sufrimiento.

La noviolencia, así, aparece como una conducta que hay que aprender, a la cual hay que dedicarle tiempo y esfuerzo, aunque desde luego este esfuerzo es ampliamente compensado por los resultados medidos en términos de felicidad, tanto individual como social. La noviolencia forma parte de una nueva cultura que aun es incipiente, pero marca el rumbo del ser humano del futuro, liberado ya de su contradicción y su sufrimiento y liberado ya de las relaciones violentas entre conjuntos humanos.

Leído en el Foro Humanista en Milán, octubre 2008.

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